2006-07-23

Quisiera comprarme flores...

La canción de hoy se llama Flowers, es de una cantante llamada Emilie Simon. Está en ingles, lo cual no es exactamente ideal, porque hubiera preferido sólo canciones en idiomas que no fueran tan populares, y sí, se lo que están pensando, muchas personas que ustedes conocen saben francés, pero aún así es menos popular que el ingles, o al menos así lo he percibido yo. La idea de poner canciones en idiomas que me parecen prácticamente indescifrables nace de una experiencia que tuve siendo apenas un niño, mi padre me llevó a comer helado después de vernos una película o algo así. En la heladería había una rockola (esas maquinas que a cambio de algunas monedas reproducen la canción que uno quiera.), mi padre introdujo algunas monedas y eligió una canción, una canción de los Beatles, una canción que a pesar de no ser de las mas conocidas del grupo, me cambió la vida, su titulo es: Don’t let me Down. Mis conocimientos del inglés eran prácticamente nulos, mi padre nunca me dijo que decía la canción (él tampoco sabía mucho ingles), y cuando supe suficiente ingles para descifrarla dejé de sentir la fascinación mística que sentí las primeras veces.



Todos los fines de semana yo y un primo íbamos a la heladería, poníamos la canción y luego caminábamos hasta el muelle a pensar sobre lo que la canción quería decirnos, era como si Dios mismo nos hablara a través de la letra. Cuando crecí descubrí que en algunos casos la ignorancia es en verdad una bendición, y es esa bendición la que quisiera compartir con ustedes. Bueno, eso y un cuento de hace algún tiempo, que junto con otros me he dado al trabajo de arreglar un poco.


Antes de morir olvidé mi nombre, y mi ultimo pensamiento fue bastante estúpido: ¿cuantas silabas tiene un haikú? Imagino que es apenas normal olvidar el nombre cuando se esta a punto de morir en el desierto, y con más razón si no hay nadie en muchos kilómetros a la redonda que (en un exagerado gesto hollywoodense) grite al cielo tu nombre seguido de : ¡¿por que tú?!. No sé porque siempre que pensé en la posibilidad de morir en el desierto imaginé que alguien estaría allí para gritar mi nombre a los 4 vientos después de ver mi cuerpo pálido, aparentemente sin vida, siendo devorado por esos sucios pajarracos. Si hubiera podido tener un compañero antes de morir, hubiera preferido que fuese una mujer quien me acompañara. La razón por la que quisiera a una mujer, no es porque el desierto , igual que el mar en la noche, sea un gran afrodisíaco (el miedo que produce el sentirse tan solo y tan pequeño encendería a la mas frígida de las personas), sino más bien, por que me hubiera parecido más poético haber observado un rostro femenino llorando sobre mis restos deshechos, mientras el sol empezaba su descenso que llega a parecer eterno en algunas ocasiones.

Olvidé mi nombre, y no solo el mío. El nombre de aquella muchacha de cabellos como el sol a quien tanto creo haber querido también se ha escapado de mi memoria. Al principio, el ser capaz de recordar la sonrisa enigmática que a veces revoloteaba por su rostro, sus ojos profundos y silenciosos, sin sentir el más mínimo movimiento dentro mio, sin que se asomara la más pequeña sonrisa a mis labios, fue maravilloso. Jamás había sido capaz de olvidarla, todas las noches soñaba con ella, y de vez en cuando dibujaba su sombra sólo para sentirla cerca. Los gusanos que se están comiendo lo poco que quedan de mis piernas hacen cosquillas, algo se introduce por mi oído.

He olvidado también el nombre de aquellos pájaros que se comieron mis ojos, puedo recordar su picoteo insistente, y el sonido desagradable que producían al masticar, eso me pareció que hacían con los jirones de carne que me arrancaban. El viento y la arena me cubrieron rápidamente, no sé en que momento los pájaros dejaron de picotearme, ni sé tampoco, porque entonces dormía, si lo hicieron porque la arena me enterró antes de que terminaran conmigo, o porque otro cadáver mas fresco requería de sus servicios.

Hay una voz que canta todas las mañanas operas eternas en su voz de soprano desafinado, si pudiera dormir estoy seguro de que su canto me despertaría de mal genio; pero no puedo porque sufro de insomnio, creo que es culpa de las pesadillas, o mejor dicho de los malos recuerdos. Lo primero que se muere es la creatividad.

Alguien dijo una vez que el soñar y el vivir, son como la vida de la mariposa luego de escapar de la crisálida en que se hallaba, cual bella durmiente, atrapada en un sueño eterno. Ella, si recuerda quién era, jamás creerá que ha despertado, y que estos son su nuevo rostro, y su nuevo cuerpo. La vida y los sueños, dijo, los separa una línea tan delgada que jamás he estado seguro de estar despierto, o dormido. Y yo pienso que jamás se esta seguro, es cierto, hasta que uno muere. Me gustaría hacerle un par de correcciones al escritor, pero lo más probable es que después de morir, se las haya hecho a sí mismo.

Mis sueños ya no son historias nuevas, son sólo recuerdos sin voces, sin nombres, sin imágenes, sólo la certeza de haber vivido algo que el preciso momento no puedo recordar. El cerebro se pudre rápidamente, me pregunto si el mío aún estará en mi cabeza. Cuándo podía recordar más cosas me decidí a escribir todo lo que recordaba que me placía recordar, para así no olvidarlo jamás. A falta de papel he escrito en la arena. Sé que antes de mí hubo alguien importante que escribió en la arena en alguna ocasión, sé que miles de personas han escrito en la arena, yo mismo creo haber escrito en ella varias veces durante mi infancia.

Pero hubo alguien importante que escribió en la arena, y esa ocasión quedó registrada en la historia, incluso creo recordar a varias personas escuchando atentamente lo ocurrido en esa ocasión cuando ese hombre, creo leer Jesús, escribió en la arena. Me parece que Jesús, siendo escritor en la arena y además famoso, debió haber explicado cuan inútil es escribir en la arena. Yo lo hubiera hecho, claro, si fuera famoso.

El viento ha borrado casi todo lo primero que escribí, mi memoria se acaba y mi historia se sigue acortando con cada soplo del viento. En este momento, mi único recuerdo claro es haber muerto en el desierto, y el no recordar mi nombre. Aunque, ¿que importancia tiene mi nombre?, soy sólo otro escritor en la arena que murió en una hoja en blanco demasiado grande para su vida. Y lo peor es que no soy famoso.

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